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Mala letra, de Sara Mesa

CARTEL SARA MESA

Ahora entiendo la verdadera importancia de la literatura como instrumento para iluminar algunas parcelas del funcionamiento del Universo sobre las que la ciencia, por mucho que se empeñe, sólo arroja sombras. Ha sido gracias a una frase que Sara Mesa (Madrid, 1976), le presta al narrador del primer cuento de Mala letra (Anagrama, 2016): “Actuaba sin prisa, como si el tiempo también estuviera obligado a amoldarse a su ritmo”. Miles de horas de esfuerzo de comunicadores científicos, periodistas y portavoces de prestigiosos institutos para intentar explicarnos en qué consisten las tan famosas ondas gravitacionales, y era tan sencillo como leer El cárabo (que así se titula el cuento). La materia deforma el tiempo y genera ondas que a su vez deforman el espacio: así pretendían hacérnoslo entender los científicos. El eje temporal, su fluir, sufre modificaciones a medida que vamos acercándonos al personaje: así se manifiesta en la literatura. Por eso, las cuatro dimensiones no sólo son perfectamente aprehensibles en literatura —varias subtramas, sincrónicas o diacrónicas, pueden avanzar a la vez en el libro y en nuestra mente—, sino que son la base de la geometría con la que trabaja el escritor. Las ondas gravitacionales son esas vibraciones que recorren las páginas de los buenos textos, como los que componen Mala letra, y que atraviesan al lector sin que éste tenga necesidad de preguntarse sobre su naturaleza.

Esta reseña no pretende destripar el argumento de los cuentos, uno por uno, como si ello pudiera ayudar al lector a hacerse una idea del todo, o como si los argumentos de los cuentos, en sí, importaran algo en realidad. En mi opinión, los argumentos no son más que excusas, más o menos brillantes, para hablar de lo que realmente queremos, a veces a nuestro pesar. Esos, que son los temas del escritor y que normalmente le acompañan a lo largo de toda su vida, son como el aeropuerto en el que el piloto no es capaz de aterrizar, a veces por el viento, otras por la mucha altura, otras porque la niebla no deja ver la pista. El piloto, no obstante, no deja de intentar aproximarse desde mil ángulos distintos, con distintas velocidades, y envejece a los mandos del avión hasta que un día, probablemente, se da cuenta de que jamás ha despegado, que siempre ha estado sentado frente al cuaderno en el que escribe el cuento del piloto que no es capaz de aterrizar.

El tema de la Sara Mesa que yo he leído es la culpa. No hay cuento que no trate de ella: la culpa de la profesora a la que aterra su sentimiento de superioridad sobre el alumno tetrapléjico; de los conductores implicados en un accidente; de la adolescente criada por quién usa la culpa para oprimirla, para hacerla sentirse sucia; la culpa de la niña que es víctima de un robo y un abuso y que es, en realidad, la culpa del humillado; la ausencia de culpa del monstruo. Ya lo fue en Cicatriz, con su constante reflexión sobre la ética del robo, del mantenimiento de una relación clandestina, de la índole de esa relación teniendo en cuenta que no era física; la culpa, siempre como trampa, como ladrón emboscado que solo asalta a quién teme ser asaltado mientras el resto de la humanidad pasea tranquila en aparente paz con su conciencia.

Pero esa humanidad en paz no le interesa a Sara Mesa, como a Flannery O’Connor no le interesaban los personajes que no tuvieran su propia concepción de bien y el mal y estuvieran dispuestos a actuar en consecuencia. A ellos nos recuerdan algunos de los de Mala letra: el viejo de Nada nuevo, al viejo Dudley de El geranio o, más bien, quizá, al viejo Tartwater, por lo de alcohólico y ermitaño. La hermana pequeña de Nosotros, los blancos, que ya en el título evoca otro de los temas de Flannery, tiene trazas de Nelson, el niño que acompaña al abuelo a la ciudad en Un negro artificial. Y es que los personajes de Mala letra se sienten extraños en la urbe, como los de Flannery, porque proceden de la periferia —como la propia autora ha dicho en alguna entrevista— y no casan con el arquetipo de provinciano que desea emigrar a la ciudad para convertirse en alguien y, de paso, ponérselo fácil al escritor con una historia de superación y crecimiento. No. Ellos quieren seguir viviendo en el pueblo, pero viajan a la ciudad porque no les queda otra. Pero tampoco son utilizados como extraterrestres que sirven para reflexionar sobre la vida en la ciudad desde una perspectiva no contaminada. Tampoco cae en ese tópico. La ciudad no es más que la jungla cuya atmósfera sirve para que los personajes se definan en relación a su entorno y no sólo en relación a la opinión que ellos tienen de sí mismos: una especie de viaje interior a su pesar.

En el plano formal, hay dos relatos que destacan: Nada nuevo, no sólo por el hecho de que alterne un narrador omnisciente, con el diálogo de dos personajes, uno de los cuales es el propio narrador omnisciente, sino porque el diálogo influye en el discurso del narrador generando una de esas ondas gravitacionales que permiten viajar en el tiempo. Y también Papá es de goma, en el que un narrador de focalización múltiple (vecina-niño pequeño) nos ofrece una visión ciertamente objetiva de una situación familiar terrible, manteniendo, en virtud de la equisciencia de ambos focos, la tensión hasta el último momento. Quizá demasiado, porque en ambos relatos las razones que llevan a sus protagonistas a actuar como lo hacen no dejan de ser un misterio en ningún momento, una decisión tomada probablemente para no cruzar la barrera de la omnisciencia pero que afecta a la capacidad del lector para empatizar con ellos. Son, no obstante, acciones dramáticas completas que no dejan la sensación de no acabado, sino más bien de vacío, oscuro y atrayente.

El resto: Mármol, El cárabo, Apenas unos milímetros, etc., y sobre todo Creamy milk and crunchy chocolate y Picabueyes, son cuentos perfectos protagonizados por personas normales pero extraordinarias a la vez que, al terminar el texto, continúan con su vida de la misma manera que hicieron antes de él. Y lamento no poder describirlos de una manera más sesuda, pero es que son eso: fracciones de realidad captadas por una mano que quizá siga teniendo Mala letra, pero que tiene un pulso de francotirador para trazar con carboncillo y difumino la conciencia de sus personajes.

Miguel Ángel Carmona

Director del CELARD

Juan Gómez Bárcena: nada es lo que parece

El Cielo de Lima (Salto de Página, 2014) ha logrado EL-CIELO-DE-LIMA
lo que la mayoría de las novelas no consiguen: cambiar mi forma de escribir. También hacerme sentir pequeño e ignorante, como escritor, pero grande como lector. Me ha gritado al oído que no vale cualquier historia para ser escrita y que, cuando una idea es buena, no puede ser escrita de cualquier forma, en servilletas o pausas para el desayuno, con prisas por la noche o sueño por la mañana. Ahí también, pero no sólo ni mayormente.

Los escritores medianos -y no me refiero a los hobbits- solo podemos tener la mente puesta en una cosa: o intentamos escribir bien, o emocionar, o contar una bella historia. No dudo que el trabajo duro y constante nos permita, algún día, poner la mano en lo primero, el corazón en lo segundo y la mente en lo tercero, como no dudo de que fue precisamente el trabajo de pico y pala, de albañil -unido al de arquitecto-, el que le permitió a Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984) escribir esta novela.

Cuando el autor empezó a mover la obra en círculos editoriales tenía muy claro que, si alguien quería publicarle, tendría que empezar, necesariamente, por Los que duermen (2012), su primer libro de relatos. La editorial Salto de Página cogió el guante de la misma manera que Juan los que duermenRamón Jiménez, protagonista elidido de El Cielo de Lima (¿acaso no son sus actos los que hacen avanzar la trama?), hubiese querido recoger el pañuelo caído de una Georgina Hübner con la que se cruzara en El Retiro. ¡Qué maravilla! Si tienen ocasión, léanlos también ustedes en ese orden. En Los que duermen conocemos la obsesión de Juan Gómez Bárcena por la inversión como concepto abstracto y total: invierte el curso del tiempo, las personalidades: la puta deviene en diosa, el héroe en miserable mercader, la lejanía se convierte en pasado, y todo ante los ojos de un lector atónito que siente cómo el papel que sujeta entre las manos se le escurre como arena de playa, como jirones de nube, como agua que corre. Uno siente todo eso y cuando termina de leerse el libro le da la vuelta y espera encontrar otro distinto porque la magia de sus palabras ha trascendido la mera condición física del soporte. Uno, sencillamente, se la lleva puesta.

El Cielo de Lima es uno de esos relatos llevado a novela. Es una novela en toda regla, nada de un relato inflado. Es, además, un segundo borrador de otra novela ambientada en la actualidad: una metáfora sobre la incomunicación en un mundo hiperconectado, sobre la impersonalidad de las comunicaciones en un mundo virtual.

La anécdota que articula una de las tramas (la correspondencia que dos señoritos limeños, aprendices de poetas, mantienen con Juan Ramón Jiménez, haciéndose pasar por una chica para obtener de él sus libros y, quién sabe, si algún poema dedicado), y que desarrolla el conflicto externo, podría haberse contado en un relato y, de hecho, está contenida en un par de páginas de algún libro de ensayos[1]: meros datos.

La manera en que Juan Gómez Bárcena la convierte en una novela figurará algún día en los manuales de narrativa. Decía Juan Bosch, grandísimo escritor Dominicano, y que llegó a ser presidente de la República (como uno de los protagonistas de El Cielo de Lima llegó a ser presidente del Perú), que la diferencia entre un relato y una novela es que el primero trata de un crimen, y la segunda del criminal. De la misma manera, la novela de Juan no trata sobre la correspondencia, sino sobre los correspondientes, y el conflicto interno que se desata en el corazón de los protagonistas pasa rápidamente a un primer plano. Un mundo de brutalidad, aspiraciones truncadas, opresión: un mundo invertido en el que el rico quiere ser pobre; el bruto, poeta; la prostituta, princesa; y un cauchero sin cuna, noble. Un mundo Juan Gómez Bárcena donde la realidad y la ficción son la misma cosa. ¿No era ese el sentido de la literatura?

Dijo Jim Thompson que hay 32 maneras de contar una historia, pero solo una trama: nada es lo que parece. Me imagino a Juan Gómez Bárcena tomándose un café delante de él en ese momento, asintiendo con la cabeza y tomando nota en uno de sus cuadernos. Es, a mi juicio, una de las frases que mejor pueden ayudar a comprender su manera de escribir. La otra, algo que Ovejero dijo de William Burroughs: su mérito no está en lo que ve, sino en lo que selecciona.

[1] COLINA, José de la: Libertades Imaginarias (México: Aldus, 2001)

Miguel Ángel Carmona del Barco

Director del CELARD

Juan Gómez Bárcena es profesor del CELARD y de Hotel Kafka, en Madrid. Además, será el Faro para los alumnos de la promoción del CELARD 2014-15.  El escritor Faro es elegido cada año para abrir y cerrar el curso del CELARD, y para prologar la selección de textos de los alumnos que publicamos cada año. El 30 de octubre participará en MICROPONENCIAS 2014, en la Facultad de Biblioteconomía y Documentación de Badajoz.

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«Arcanos», un libro que late entre las manos

Pido de antemano disculpas por la truculencia Arcanos, de Inma Chaconde la imagen, pero la imaginación es inocente. Intentando arrancar unas palabras a mi sobrecogimiento después de una primera lectura de Arcanos, pensé que el día en que la autora esté tumbada sobre la mesa de autopsias, el forense se llevará una sorpresa mayúscula al hallar este poemario donde debiera estar el corazón.

Arcanos (Libros del aire, 2012), late entre las manos del lector desde el primer verso hasta el último. Es más, me atrevería a decir que lo hace desde el concienzudo prólogo de Miguel Veyrat (o limen, como él mismo lo denomina), que contiene perlas como esta: «[la poesía es] la única vía al conocimiento que puede abordar la claridad sin dañar la transparencia». Realiza, además, un símil bello y útil, por cuanto ayuda a la comprensión del libro (misión que debería cumplir cualquier prólogo para ser): Arcanos es un puente entre el mundo de los vivos y el de los muertos.

Tumbas coronadas

(La muerte)

Ahora que cuento mis muertos en plural

y beso el vacío de sus tumbas coronadas

                     ·

la razón me pide que los nombre

uno por uno

para devolverles el tiempo

y las caricias.

Leyendo Arcanos uno se sustrae de la creencia, impuesta por la tradición judeo-cristiana, de que nuestros muertos están «ahí arriba», observándonos como ángeles en prácticas (o becarios), e ingresa casi sin sentirlo en la idea de raigambre. Nuestros muertos son nuestras raíces, no nubes que vuelan a años del suelo.

¡Ah, la muerte acurrucada!

Semilla que germina

junto a la sombra inmune

del ciprés,

multiplicada

a golpes de sorpresa.

Fragmento de «La muerte acurrucada»

Dice Miguel Veyrat en el prólogo que la autora «ha decidido abordar todo lo secreto que los romanos nombraban con la palabra Arcanum«. Es curioso, porque uno al recorrer sus páginas se topa de bruces, de entrada, con los dos grandes secretos de este mundo pequeño y ciego que habitamos los occidentales libres: el miedo a la muerte y a la empatía, que desemboca en la indiferencia al sufrimiento ajeno. Inma Chacón coge estos secretos y los acuna en su regazo, les habla con cariño, con respeto, con amor de madre: como una madre no muestra miedo; es comprensiva y comprensible, amante y amable. Se moja, se mete en el fango hasta las cejas para rescatar una flor del fondo y la ondea como un triunfo. Leyendo Arcanos uno se pregunta si es ético encontrar belleza en la miseria, pero lo más importante no es la pregunta, sino la respuesta, que llega tan sólo unos versos más tarde.

El eco

(nueve de espadas)

¿Por qué el eco

no será más que eco

                     ·

y el consuelo

una buena intención

necesaria e inútil?

Mucho más tendría que saber yo para teorizar sobre la ética de la estética. Y sobre todo, ¿qué conseguiría? ¿Arrojaría luz sobre la esencia de Arcanos? Mirad qué fácil lo hace la poetisa. Si el eco no es más que eco y el consuelo una buena intención necesaria e inútil, y el libro es un canto a la verdad, a los que buscan la verdad, como así reza la cita introductoria, ¿dónde está la poesía? La poesía está en la voz que genera el eco. Aquél que obvie la voz y se conforme con el eco, disfrutará la belleza con que se muestra la humanidad descarnada, ignorando el grito de la autora que nos invita a compartir el dolor de los otros, que son los nuestros.

Los cerros de Caracas

(La torre)

Se abrieron

las entrañas de la tierra

y me miraron a los ojos.

                     ·

Allí se cerraban las puertas del cielo

y las hogueras

encendían el aire.

                     ·

Allí los niños jugaban a ser niños

como si la vida no se hubiese detenido

                     ·

como si pudieran encontrar en aquel cerro

la infancia

que todavía les debían

                     ·

las nubes de algodón

las carteras del colegio

                     ·

los brazos maternales

que les había negado la miseria.

*

Vi escaleras

que no subían ni bajaban

                     ·

techos que no soportaban el sol

ni los inviernos

                     ·

barro

polvo

prisas por huir

                     ·

ratas

                     ·

ojos brillantes

abiertos, negros,

capaces de no pestañear

ante la muerte.

*

Vi la luna

escondiendo la vergüenza por salir

entre tanto desatino

                     ·

entre la abundancia de un valle

reservado al privilegio

de los que nunca miran

a los otros

                     ·

y la escasez del que necesita un espejo

en el que proyectar las esperanzas.

*

Allí vi el dolor:

se transparentaba.

                     ·

Un dolor que se incrusta en la memoria

                     ·

y una voz

                     ·

un quejido

atrapado en cien mil bocas

                     ·

reclamando escapatorias.

¿Late o no late?

Reseña de Miguel Ángel Carmona del Barco

Director del CELARD

La presentación de Arcanos en Badajoz

Inma Chacón estará en Badajoz el sábado 14 de septiembre presentando «Arcanos». Será en el MEIAC (Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo), a las 20:00h, en un acto organizado por el CELARD. Con la generosidad que la caracteriza, entregará posteriormente el premio al ganador del Certamen de Relatos en Cadena del CELARD, en el que también colaboraron la Editora Regional de Extremadura y la Cadena SER. Más información sobre el evento aquí.

Inma Chacón

Inma Chacón es doctora en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid y profesora de Documentación en la Universidad Rey Juan Carlos. Ha sido decana de la facultad de Comunicación y Humanidades en la Universidad Europea. Fundó y dirigió la revista digital Binaria: Revista de Comunicación, Cultura y Tecnología.

Ha publicado tres libros de poesía: Alas (2006), Urdimbres (2007) y Antología de la herida (2011). Su obra literaria abarca también la novela: La princesa india (Alfaguara) fue su primera  incursión en el mundo de la narrativa seguido por Las filipinianas (Alfaguara). Publicó en la editorial La Galera su primer libro destinado al público juvenil, Nick. Inma ha sido galardonada como finalista del Premio Planeta 2011 con su cuarta novela: Tiempo de Arena.

Dossier de prensa

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