Por si aún no sabéis cómo funciona nuestro taller literario radiofónico, prestad atención:
Cada semana elegiremos un motivo a partir del cual los participantes deberán escribir un microrrelato. Un buen motivo literario debe ser lo suficientemente específico para arrastrar a la imaginación y alentarla, espolearla, y a la vez lo suficientemente abierto como para ser enfocado desde un punto vista original por cada escritor.
Esta semana, vamos a tomar como motivo de escritura:
La soledad
Escucha aquí el podcast del programa
La soledad es un fenómeno muy vinculado al motivo de escritura que propusimos la semana pasada. El mundo digital se ha convertido ya en un nuevo plano de interacción que ayuda a algunos a superar su soledad, pero que quizá cree ciudadanos con más tendencia a ella, que los aísle.
La soledad es eso que ocurre cuando se encienden las luces de la fiesta y todos se van a casa menos tú. O cuando te quedas si WIFI y no sabes a quién llamar en este mundo. Es también un país donde algunos se acostumbran a vivir y de donde es difícil salir porque la compañía de tus semejantes empieza a dar miedo. Por ahí van los tiros de nuestros ejemplos de hoy.
Y ahora vienen a por mí, de José Manuel Dorrego
Solo ceniza. Eso es cuanto dejó el rayo que cayó sobre la única palmera de mi isla. Para colmo, ayer rompí por accidente la última de las botellas en las que enviaba mensajes. Sin palmera y sin botellas, he perdido la esencia del náufrago, ese perfil heroico que daba sentido a mi existencia. Ahora tan solo soy un hombre sobre una isla, como un turista en pantalón bermudas. Ya no hay nada épico en mi existencia. No queda nada homérico en mi imagen. Y encima, se acerca un barco hacia la isla: mucho me temo que vienen a rescatarme.
Beverly Hills, de Miguel Ángel Carmona
Caben diez peces, pero Pompo nada solo entre el pecio y cofre del tesoro. El acuario fue uno de los regalos más celebrados. Venía con el aforo completo, pero fueron muriendo de uno en uno. Día sí día también, aparecía alguno panza arriba. Primero el Khuli, después el Guppy, más tarde el Laberíntido. Pompo, en cualquier caso, parece resistir bien la turbiedad del agua y la triste estampa de sus compañeros flotando en la superficie. Sin embargo, de vez en cuando mira hacia afuera, al hombre que lleva casi una semana tumbado en el suelo de esta enorme casa. Con la cantidad de gente que vino el día de la fiesta le parece extraño que, desde entonces, ni siquiera haya sonado el teléfono.
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