A continuación damos a conocer los cinco textos finalistas del Certamen de Microrrelatos del CELARD «del lector al escritor», convocado a raíz de la celebración de las I Jornadas sobre Creación Literaria en Extremadura.
Se han presentado un total de 19 microcuentos, quedando eliminado uno de ellos por publicarse fuera de plazo. Todos los relatos pueden consultarse en nuestra página de Facebook.
El ganador se anunciará esta noche durante la actividad «Relatos Encadenados», a las 21:00 en Dulce Locura (c/ Fco. Pizarro 10, Badajoz). Los relatos finalistas son los siguientes, por orden alfábetico de autor:
Anabel Sihombreatitelovoyadeciryo
El final
Carlos Jiménez se acercaba a la cornisa con reticencia. No debía ser así, pero una resistencia queda se había apoderado del personaje. Las palabras iban por un lado, él por otro. A pesar de las vacilaciones llegó al filo del edificio. Lo que debía suceder estaba cantado: un salto y terminaría con su penosa vida de malo de novela. La última página estaba a la vuelta de la esquina. Se dejó caer. El viento cortaba su rostro mientras se aproximaba al asfalto y lanzó un grito desesperado:
—¡No me mates, deja de leer!
Quedo suspenso en el aire, a escasos metros del suelo, ante la mirada del lector, que cerró el libro. Aquella noche tuvo pesadillas, ¿a cuántos personajes había matado? Se sintió responsable. Al día siguiente todo estaba más claro. Abrió la obra por la página 254, miró a los ojos al hombrecillo y musitó:
—Lo siento.
Destino
Te lo voy a confesar, pero esto queda entre vos y yo. Tenía que pasar antes del fin. Antes de que llegase el punto final. Era complicado porque supuestamente él lo sabía todo, así que sutilmente lo convencí de que pasara de omnisciente a testigo. En apariencia asumía que Él me separase de mi amor y que así terminase la historia, pero en silencio no podía aceptarlo.
Lo esperé en las sombras del último capítulo fingiendo ser un amigo que esperaba tranquilo su destino. Cuando estaba distraído con la elección de una palabra traicionera lo apuñalé sin remordimientos en el corazón. Observé como una mancha de tinta se desparramaba dejando un final abierto dónde yo podía ser feliz con ella. No me importa lo que digan los manuales de escritura o estilo, yo soy el dueño de mi destino.
Gema Guerra Benito
Disparo
Impávida. Había puesto punto y final, sin planearlo siquiera. Embaucada por su propia fantasía. Con una serenidad enfermiza, difuminó cualquier prueba que le inculpaba con el crimen. Meticulosa, reconoció la escena, ahora impecable, no sin antes acariciar a la víctima de su delito, buscando la absolución en su tacto.
Con la soledad como único testigo, se apresuró al balcón a purificar el aire que, en ese instante, le ahogaba. Tenía ganas de liberar su desliz, pero compartirlo supondría una condena mayor que amontonarlo entre las estanterías. Decidió entonces ahorrar la declaración y renegar de sus manos culpables encarcelándolas en los bolsillos de su pantalón.
Inmóvil. Inerte. Con la tinta desangrada entre sus dedos. Seducida ante la exquisitez de la rima, había disparado su pluma y la había asesinado con sus versos.
Jose Antonio Gallardo Castellano
Carta leída del escritor a su pluma
Amor mío: pluma de sol que palabra mis entrañas.
Te escribo porque siento que solo así estoy dándote mi palabra. Guárdala dentro, empuña tu retina, no te olvides nunca.
Amor, yo solo quise dejarme la vida en cada segundo, desde escritor ser níño… que me acompañaras en este injusto juego.
Amor propio, todo es tan dolorosamente real desde que te fuiste.
Y me digo que te dejaría esta carta, anónima, ciega de adjetivos, exangüe de tu nombre, si tan solo me dejaras que te amara.
Amor tajado, ya se que de todos los libros, un interés común en la vida nos obliga a pasar página. Pero sigo interpretándote en duermevelas, y despiertas entre mis manos y entonces entiendes que el amor existe, que la literatura es a la vida, lo que la poesía es al sueño.
Nostalgia de Bartleby
Siete de la mañana. Puntual. Un café bien cargado con varias cucharaditas de bostezos y radio como filigrana tertuliana a modo de banda sonora.
Enciende el ordenador y espera a que la pantalla le ilumine la cara. Lectura de lo escrito el día anterior. Bola y papelera. Vuelta a empezar. Mis documentos, carpeta de cuentos y en el panel blanco escribe una palabra, teclea “nostalgia”, NOSTALGIA en mayúsculas, nos-tal-gia silábico, nostalgia en arial, nostalgia en negrita y cursiva.
Un pie en su puerta y una mano en la alfombrilla del vecino. Roba el periódico, como cada mañana, únicamente para cerciorarse de la fecha del día, la inserta a modo de título, apaga el ordenador, silencia la radio y vuelve a la cama, una cama aún caliente, con aroma a aliento de sollozo y mortaja. Dispuesta para soñar palabras hasta el día siguiente, a eso de las siete de la mañana.