El Cielo de Lima (Salto de Página, 2014) ha logrado
lo que la mayoría de las novelas no consiguen: cambiar mi forma de escribir. También hacerme sentir pequeño e ignorante, como escritor, pero grande como lector. Me ha gritado al oído que no vale cualquier historia para ser escrita y que, cuando una idea es buena, no puede ser escrita de cualquier forma, en servilletas o pausas para el desayuno, con prisas por la noche o sueño por la mañana. Ahí también, pero no sólo ni mayormente.
Los escritores medianos -y no me refiero a los hobbits- solo podemos tener la mente puesta en una cosa: o intentamos escribir bien, o emocionar, o contar una bella historia. No dudo que el trabajo duro y constante nos permita, algún día, poner la mano en lo primero, el corazón en lo segundo y la mente en lo tercero, como no dudo de que fue precisamente el trabajo de pico y pala, de albañil -unido al de arquitecto-, el que le permitió a Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984) escribir esta novela.
Cuando el autor empezó a mover la obra en círculos editoriales tenía muy claro que, si alguien quería publicarle, tendría que empezar, necesariamente, por Los que duermen (2012), su primer libro de relatos. La editorial Salto de Página cogió el guante de la misma manera que Juan Ramón Jiménez, protagonista elidido de El Cielo de Lima (¿acaso no son sus actos los que hacen avanzar la trama?), hubiese querido recoger el pañuelo caído de una Georgina Hübner con la que se cruzara en El Retiro. ¡Qué maravilla! Si tienen ocasión, léanlos también ustedes en ese orden. En Los que duermen conocemos la obsesión de Juan Gómez Bárcena por la inversión como concepto abstracto y total: invierte el curso del tiempo, las personalidades: la puta deviene en diosa, el héroe en miserable mercader, la lejanía se convierte en pasado, y todo ante los ojos de un lector atónito que siente cómo el papel que sujeta entre las manos se le escurre como arena de playa, como jirones de nube, como agua que corre. Uno siente todo eso y cuando termina de leerse el libro le da la vuelta y espera encontrar otro distinto porque la magia de sus palabras ha trascendido la mera condición física del soporte. Uno, sencillamente, se la lleva puesta.
El Cielo de Lima es uno de esos relatos llevado a novela. Es una novela en toda regla, nada de un relato inflado. Es, además, un segundo borrador de otra novela ambientada en la actualidad: una metáfora sobre la incomunicación en un mundo hiperconectado, sobre la impersonalidad de las comunicaciones en un mundo virtual.
La anécdota que articula una de las tramas (la correspondencia que dos señoritos limeños, aprendices de poetas, mantienen con Juan Ramón Jiménez, haciéndose pasar por una chica para obtener de él sus libros y, quién sabe, si algún poema dedicado), y que desarrolla el conflicto externo, podría haberse contado en un relato y, de hecho, está contenida en un par de páginas de algún libro de ensayos[1]: meros datos.
La manera en que Juan Gómez Bárcena la convierte en una novela figurará algún día en los manuales de narrativa. Decía Juan Bosch, grandísimo escritor Dominicano, y que llegó a ser presidente de la República (como uno de los protagonistas de El Cielo de Lima llegó a ser presidente del Perú), que la diferencia entre un relato y una novela es que el primero trata de un crimen, y la segunda del criminal. De la misma manera, la novela de Juan no trata sobre la correspondencia, sino sobre los correspondientes, y el conflicto interno que se desata en el corazón de los protagonistas pasa rápidamente a un primer plano. Un mundo de brutalidad, aspiraciones truncadas, opresión: un mundo invertido en el que el rico quiere ser pobre; el bruto, poeta; la prostituta, princesa; y un cauchero sin cuna, noble. Un mundo Juan Gómez Bárcena donde la realidad y la ficción son la misma cosa. ¿No era ese el sentido de la literatura?
Dijo Jim Thompson que hay 32 maneras de contar una historia, pero solo una trama: nada es lo que parece. Me imagino a Juan Gómez Bárcena tomándose un café delante de él en ese momento, asintiendo con la cabeza y tomando nota en uno de sus cuadernos. Es, a mi juicio, una de las frases que mejor pueden ayudar a comprender su manera de escribir. La otra, algo que Ovejero dijo de William Burroughs: su mérito no está en lo que ve, sino en lo que selecciona.
[1] COLINA, José de la: Libertades Imaginarias (México: Aldus, 2001)
Miguel Ángel Carmona del Barco
Director del CELARD
Juan Gómez Bárcena es profesor del CELARD y de Hotel Kafka, en Madrid. Además, será el Faro para los alumnos de la promoción del CELARD 2014-15. El escritor Faro es elegido cada año para abrir y cerrar el curso del CELARD, y para prologar la selección de textos de los alumnos que publicamos cada año. El 30 de octubre participará en MICROPONENCIAS 2014, en la Facultad de Biblioteconomía y Documentación de Badajoz.