Por si aún no sabéis cómo funciona nuestro taller literario radiofónico, prestad atención:
Cada semana elegiremos un motivo a partir del cual los participantes deberán escribir un microrrelato. Un buen motivo literario debe ser lo suficientemente específico para arrastrar a la imaginación y alentarla, espolearla, y a la vez lo suficientemente abierto como para ser enfocado desde un punto vista original por cada escritor.
Esta semana, vamos a tomar como motivo de escritura:
El despiste
Hay despistes que pueden provocar verdaderas catástrofes, y otros que pueden acabar siendo beneficiosos para toda la humanidad, como el que Flemming se olvidara unas bandejas de cultivo en el sótano del laboratorio donde trabajaba al irse de vacaciones. Podemos tener conciencia de los efectos de nuestro despiste o no, y pasar el resto de nuestra vida pensando que aquello que hizo saltar nuestro coche fue una piedra en medio de la carretera. Hay gente que pretende ser despistada para poder prestar atención a lo que le rodea sin dar la sensación de estar vigilantes, y otra que, directamente, vive en otro mundo.
La costumbre, de Ignacio Artacho
Todo estaba dibujado en la pequeña libreta gris que llevaba en el bolsillo de su pantalón: los primeros garabatos intrascendentes; los avances prometedores que llevarían a laboratorios de medio mundo a disputarse sus servicios; aquellos insoportables castillos de ecuaciones que le consumieron las noches y el matrimonio; la hermosísima serie de bocetos de virus y bacterias merecedora de figurar en el catálogo de cualquier pinacoteca. Y, por fin, el hallazgo formidable, la cifra y la fórmula que —de demostrarse— supondrían el fin de la enfermedad. Todo estaba en aquella libreta que siempre llevaba en el bolsillo del pantalón y que ahora golpeaba rítmicamente contra el cristal a cada vuelta del tambor de la lavadora.
Brote, de Miguel Ángel Carmona
Sé que están en este cuarto de baño. Además, ya no me atrevo a salir: no sin ellas. Escucho pasos ahí fuera. Tengo un minuto para encontrarlas. Si no, ellos me encontrarán antes.
Recuerdo el momento en que Claudia las vio en el salón y me dijo: déjalas donde siempre. Intenté que mi médico me recetara dos cajas para tener unas de reserva, pero no se fía de mí.
Claudia grita desde la cocina. La tienen. Rompo el espejo con el codo, envuelvo un trozo de cristal en una toalla y lo empuño. A tomar por culo la terapia.
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¡Te esperamos en el taller literario de El Sol!